
Vivir sin sentir, por inercia. Lo mismo da. Un entierro, un expediente en el trabajo, una cena… Pronto tiene lugar el primer encuentro con el Sol. Una marcha fúnebre con un calor asfixiante, un campo ahíto de luz.
Y una vez más el Sol, presente como la parca. Esta vez en la playa, frente al mar. Cambio de rumbo, punto de inflexión. ¿Servirá un hecho suficientemente trágico para dotar de sentido a algo?.
No parece cambiar nada, todo avanza constante, sin rozamiento. Tras un asesinato, la designación de un abogado de oficio es algo práctico, tranquiliza y permite continuar sin altibajos.
El interrogatorio, la búsqueda sin aliento por el sentido de la existencia. La desesperación humana por conseguir un “por qué”. Y a la vez el mismo calor insufrible que derrite el alma.
Lo que aquí se juzga es una vida sin anhelos, una vida que no busca el sentido de ser. Y tal vez esa búsqueda no tenga un destino.
Toda una vida a la espera del acto final que llega sin importar las decisiones.
El Extranjero, Albert Camus